martes, 19 de junio de 2012

La película del Lunes - "Un tranvía llamado deseo

Hoy os traigo un clásico imprescindible.

Sin seguir una línea marcada o premeditada, si se puede vislumbrar que mayoritariamente he tenido predilección por proponeros filmaciones de autor contemporáneas. Principalmente para descubriros, en la medida de lo posible, nuevos títulos que pudierais paladear.
Sin embargo, como en este pequeño reino de letras, yo hago de ley a antojo y capricho, no puedo por menos que hacer de ese fantasmagórico aforismo, algo fútil, y perderme en la procacidad de mi persona.
Por lo tanto, hoy toca un auténtico mastodonte cinematográfico, que se encuentran en el santoral de todos aquellos que amamos la gran pantalla.

“Un Tranvía Llamado deseo”
Dirigida en 1951 por la mano vigorosa de Elia Kazan autor de películas renombradas como “La ley del Silencio” o “Al este del Edén” y basada en la obra de teatro de Tennessee Williams, trabajo por el cual fue agasajado con el Premio Pulitzer en 1948.

Esta creación, ambienta en la ciudad de Nueva Orleans, refleja las tortuosas relaciones entre “Blanche” (Vivien leigh, enorme) que por vicisitudes varias acaba viviendo en la casa de su encinta hermana “Stella” (Kim Hunter) y su violento cuñado “Stanley” (un jovencísimo Marlon Brando) un gallo de pelea y prosélito seguidor del Código Napoleónico, el cual no deja de ser una herramienta de su leitmotiv que en palabras del propio Stanley suena a la melodía:

“Para no quedarse atrás en esta carrera de ratas que es la vida, hay que creerse hombre de suerte”

Su condición de nuevo estadounidense (hijo de inmigrantes polacos), que defiende a capa y espada disuadiendo a amigos y enemigos de posibles ataques de minusvaloración hacia su persona, la supervivencia a una guerra atroz y repleta de cadáveres como fue la II Guerra Mundial o la subsistencia en condiciones económica adversas, hacen de Stanley un hombre engreído, soberbio ,arrogante, vehemente, con la intención de dominar todo lo que le rodea, mostrando fuerza y escondiendo bajo sus músculos y sus palabras cualquier brote de debilidad.

Tras estas palabras de Stanley, volvemos a la clave de sol de la obra: Blanche DuBois.
Interpretación magistral de Vivien Leigh, por encima de su actuación en “Lo que el viento se llevó”, por encima de prácticamente cualquier personaje cinematográfico. Un personaje al borde de la cordura, a medio camino de la abulia y la destrucción.

Blanche, procedente de familia acomodada, vive anclada en un pasado de esplendor que hace mucho tiempo que se quedó en la cuneta, sus posesiones fueron perdiéndose al mismo tiempo que su iba marchitándose su hermosura.

Hace mucho tiempo hubo un marido que se suicidó por un episodio de homosexualidad cuando ambos eran tiernos como la fruta enverada. Pero Blanche se resiste a aceptarlo y vive inmersa en una gran mentira, una inmensa mentira que acabará por devorarla.
Anda por la vida como el funambulista lo haría, por un enjuto cable, en la orilla del precipicio, donde la vida toca a su fin. Blanche, es frágil como el cristal, zalamera y al límite del enredo por tener que esconder una mentira sobre otra anterior.
Su vida desde hace algunos años es una farsa, de la que se avergüenza y de la que pretende despertar, pero no de la abominable manera que empleará Stanley.

Un papel complejo que la buena de Vivian Leigh nos regaló para la posteridad.

Ya desbordada y rota, lejos ya del mundo de los “lucidos”, se despide antes de que baje el telón con la conocida frase:

“Siempre he dependido de la amabilidad de los extraños” / “Quien quiera que sea, siempre he confiado en la bondad de los desconocidos”